Volver a las raíces
Estoy ad portas de volver a mis raíces y aunque es por un periodo de tiempo corto, nunca había estado tan nervioso.
Me sudan las manos, siento como si un bulto de tierra negra y espesa se atascará en mis entrañas. Esta agitación ni siquiera la sentí, el día que lo dejé todo para embarcarme en esta aventura hacia lo desconocido. Solo contaba con la información que un par de revistas y unos libros de historia habían aportado a mi sueño, sería un lugar nuevo e inconcebible para quien era en ese entonces, donde todo era diferente, pero, sobre todo, donde iba a estar solo.
Solo con mis pensamientos, con mis miedos y mis dudas, solo con mis pies y la historia que decidí narrar acerca de mí, al nadie conocerme tuve la oportunidad de ser la persona que siempre quise ser. No estuve solo alejado del mundo, estuve solo alejado de mis raíces.
Volver a lo que llamo «mis raíces», es echar una mirada atrás ahora como espectador, desde el mismo punto de partida donde una vez fui jugador, consciente que un día de esa realidad simplemente hui. Ver mi pasado a través de los recuerdos que me llegan gracias a mis sentidos, las palabras, el olor del viento, los colores de la tierra, el tacto de los objetos y los sabores tropicales. El número de recuerdos es proporcional a tus experiencias, tu cerebro intenta protegerte, bloqueando todo aquello que te hizo daño, de ahí, que en este momento mi mente se encuentre nublada.
Mi ansiedad asciende a la velocidad que este pájaro de acero lo hace, voy entendiendo poco a poco por qué mi mente se encuentra tan empañada, mientras veo en la pantalla como los kilómetros desaparecen. Mi ambición no es tan grande, no pretendo que mis sentimientos cambien, ni que aquellos nubarrones desaparezcan para dar paso a un arcoíris. Solo, me gustaría hacer una tregua, solo, quiero sentirme por un segundo hijo de esa tierra.
Las ansias vuelven a ascender conforme a mis especulaciones, preguntándome, que tanto los lugares o las personas han cambiado o si un abrazo largo y afectuoso me espera. ¿Qué recuerdos me llegarán al pasear por esas calles? ¿Empatizaré de nuevo con el joven taciturno y confundido de aquel entonces?
Hace unos años, al irme, estaba roto, mil fragmentos conté, terminé despojándome de un par de ellos, mientras que otros, estaban profundamente incrustados. Sabía que si los arrancaba del todo corría el riesgo de desangrarme, así que los reparé y les permití que siguieran haciendo parte de mí. Renuncié a mi viejo Yo, a ese, que tantas veces no pude reconocer, ese, que tantas veces actuó a contra voluntad y que intentó encajar en el lugar que se le había asignado. Me fui y con la fuerza de mis pasos, más fragmentos iban cayendo, pero me daba cuenta de que ya no sangraba y que poco a poco el dolor iba disminuyendo.
Decidí ser una hoja en blanco, donde ni cuadros ni rayas ocupaban espacio alguno. Decidí reescribirme, reescribir mi nombre, mi futuro, mis amigos y mis sentimientos y mientras lo hacía, al pasar por en frente de un espejo, no encontraba a nadie reflejado en él.
***
En este instante estoy atravesando la puerta de un avión, el mismo que me ha regresado a mi pasado, me anima a llenar de aire andino mis pulmones y me invita a sentirme de nuevo en casa. Dejaré que el sentimiento me embargue y volveré a probar los sabores que me acompañaron durante mi infancia.
Avistar las verdes montañas de la cordillera oriental alegran una parte de mi corazón; tomar una taza de Aguapanela caliente, seguramente me avivará el alma. Hay pequeñas cosas que me hacen sentir un fugaz amor patrio, gracias a los pocos buenos recuerdos que ha guardado mi memoria, sin embargo, aún no encuentro sentido de pertenencia.
El nuevo lugar me ha brindado más que el nido en donde nací, aunque al principio abrió sus brazos colmados de dudas, me hizo sentir persona y me aceptó con los fragmentos faltantes. En cambio, aquel nido me sacó a empujones cuando se dio cuenta de que no era lo que esperaba. Nunca tuve la ventaja de sentir el cobijo de una madre patria, que te atrapa con sus manos y te rescata antes de caer herido al suelo. Pues, mi patria manca y coja, nunca aprendió a abrigar a todos sus hijos por igual.
Me enfrento nuevamente a los pasos que recorrí, veo que siguen allí plasmados, las huellas de los demás son profundas y han servido como maceta para raíces fuertes y abundantes, a comparación de mis huellas que están vacías. Tal vez no son tan hondas como para albergar nada, tal vez mis huellas no son compatibles con el terreno y tal vez algún día se borren sin dejar rastro alguno. Por un momento temí, no ser capaz de dejar huellas profundas, pero luego entendí que ese tipo de huellas habían quedado en mi corazón. En momentos de incertidumbre las visualizo, las abrazo y les doy gracias porque me ayudan a retomar el camino, pues están ahí para que no olvide como ha sido mi evolución.
Me siento afortunado por las hojas en blanco que he logrado llenar durante estos años, muchos son los bosquejos de los fragmentos que aún me faltan. Trazarme, me tranquiliza en los momentos que la ansiedad me visita, ya que puedo decidir el color y el entorno en donde quiero mis nuevos lazos, los años me demostraron que nada me obliga a tener lazos no deseados, hasta los lazos rojos se pueden borrar cuando se tuercen en tu boceto. Me podré equivocar, tal vez mis decisiones no son las correctas, pero mis pasos son planeados, ya no son de supervivencia.
Un día me enfrenté al universo y a una nueva historia; desaparecer de la vida de muchos era un vaticinio; tenía más valentía de la que seguramente tengo ahora. Aprendí que vivir siempre al acecho y con las pupilas dilatadas cansa, aunque hubiera podido seguir haciéndolo, poco a poco se me iba desgastando el alma y con ello también se me estaba yendo la vida. Acepté convertirme en un fantasma, tal como el espíritu de un ser querido que ha muerto y solo será recordado por sus actos, pues de una u otra forma he muerto, para renacer en una persona diferente.
En mi nido viví muchas batallas y fui testigo de muchas otras, pero noté que, durante las mías, mis lazos rojos no me reconocieron como humano, me desdibujaron y a su vez desdibujaron mi dolor y mi cansancio, y no hubo cavidad al apoyo, ni al consuelo.
Así que, me agoté de ser el amigo incondicional, el buen hijo y el compañero servicial, ya que a través de estos personajes no se me toleró un error y de nuevo no se me permitió ser persona, hasta que decidí borrar lazos rojos.
Me enfrenté a cruzadas por los demás; poner el pecho para recibir un balazo ajeno era costumbre. Pero al preguntar a la persona a quien un arma le apuntaba, dirá probablemente: «Dios me salvó cuando me encontraba solo» porque para aquella persona, yo nunca estuve ahí.
He visto la ingratitud del ser humano, yo también caigo en ello, olvidamos fácilmente lo que los demás hacen por nosotros. Yo mismo vi, cómo algunos saltaron al vacío, aun después de sujetarles de la mano para que no cayeran, encontraron la manera de soltarse y esperaron a que saltara tras ellos. Fui juzgado por ello, pero no se percataron que seguía sangrando por las heridas del disparo, entendí que el egoísmo es tan profundo que ciega la vista, como un par de cataratas que crecieron por años nublándoles el panorama.
La premonición se hizo realidad. Volvió a ocurrir todo lo que temía, di media vuelta atrás buscando de nuevo al pájaro de acero, y al regresar, me miré al espejo. Veía mi reflejo, tenía fragmentos nuevos y eran sólidos, las cicatrices habían cerrado, adhiriendo fuertemente aquellos otros fragmentos que no se soltaron, que permanecerían conmigo siempre y que antes me hacían daño, aunque a veces pinchen mis carnes, ya no hacen más daño.
Hoy camino por las calles del nuevo lugar y veo los recuerdos allí con claridad. ¿Volver a mis raíces? ¿A cuáles? Si nunca eché ninguna.
L. J. Rodríguez