El chico de las botas verdes
Una vez conocí un chico con botas verdes, huesudo y con chaqueta de cuero. No le gustaba hablar con nadie y tampoco le gustaba escuchar consejos.
Cada vez que él observaba su entorno, deducía que todos muy equivocados estaban, él creía que la gente sin alma caminaba.
Muchos tropezaban con las piedras del camino, no se fijaban en sus zapatos y corrían deprisa a su destino.
Como cada día, trabajaban, comían, dormían sin salirse de esa rutina, ya nadie se fijaba en los pequeños detalles de la vida.
Ya todo había sido descubierto, pues sus periodos de infancia habían culminado ya hace mucho tiempo.
Las mujeres vestían con faldas, hombres cargaban con corbatas, que gris se veía todo el panorama y aquel chico de botas verdes naturalmente, captaba todas las miradas.
Aquel chico estaba a punto de terminar su colegio, ahora debía decidir su destino, sus profesores le hablaban de matemáticas, biología y geometría, y aunque él mal no lo hacía, ahí su futuro no veía.
Cuando nadie lo observaba se sentaba a la orilla del rio, dejaba sus botas a un lado del prado, metía sus pies pálidos en el agua fría para sentir que aún seguía estando vivo.
Pensaba en su pasado, en su presente y en el futuro que se avecinaba, no veía ninguna esperanza, ya que escribir era lo suyo, pero estaba condenado a vestir con corbata.
Por tanto, él sabía, que en adulto se convertiría, tendría que conseguir un empleo y formar una familia, cambiar su aspecto, puesto, que la sociedad con normalidad sus botas verdes no verían.
El chico no quería avergonzar ni defraudar a sus padres, por eso estaba dispuesto a cambiar sus botas verdes por zapatos elegantes.
Era consciente que sus huellas cambiarían, ya que los zapatos negros, otro rastro dejarían.
Viviendo en una sociedad clasista y donde las apariencias era lo que sobresalía, parecía que sacrificarse era lo único que los demás de él apreciarían.
Él no tenía nada en contra de los que utilizaban aquellos zapatos negros, el problema para él, eran aquellos chicos que algún día fueron obligados a calzar un par de ellos.
Sus cabellos negros eran un desastre, todos enmarañados, se sentían libres bailando con el viento, pero el chico sentía profunda tristeza porque su cabello no vaticinaba buenos tiempos.
Debería cortarlo y seguir el modelo de hombre perfecto, para su futuro «soñado» necesitaba un buen aspecto.
«¡Que equivocados están todos! ¿podré encontrar un lugar donde no existan los prejuicios? ¿Dónde la gente sea valorada por lo que es y no por lo que viste? ¡Que agallas tienen todos para cortar alas ajenas, ya quisiera verlos cortando las suyas con sus propias tijeras!» repetía en su cabeza una y otra vez el pálido joven.
Él solo quería despertar sentimientos a través de líneas y dejar volar su imaginación, conquistar a otros en su momento más íntimo era como quería establecer una conexión.
Los libros y sus escrituras a él le daban su lugar soñado, un lugar donde no importaba el aspecto, donde el mundo era alentado.
Donde las personas no eran buenas o malas, desde luego no todo era blanco o negro si no un arcoíris, una gama.
Trasparente y honesto era consigo mismo, donde la verdad era narrada sin pensar en los prejuicios ni en el cinismo.
Cuando tenía que salir de la magia de sus lecturas, la tristeza se podía ver en sus ojos, porque no podría acomodar el futuro a sus antojos.
La madre entendía por lo que el chico pasaba, pues ella misma víctima del sistema, un par de botas amarillas en su armario guardaba.
Dentro de un par de días, de sus padres, zapatos negros recibiría y a partir de ese momento su nueva vida iniciaría.
Ya todos sus compañeros corbatas y zapatos nuevos tenían, él veía que con mucho orgullo los calzaban y vestían.
Sus padres solo el bien para él querían, sabían que no todos pertenecían al lugar donde habían nacido, sin demora cada uno debería decidir en donde quiere emprender su camino.
Con tristeza, pero con el amor que solo una madre o un padre puede entender, a su hijo le hicieron al fin el regalo.
Un buen día una caja de cartón sobre su cama encontró, sobre ella una nota reposaba y contra sus miedos se enfrentó.
“¿Estás preparado para nuevas huellas?” ponía en aquella pequeña nota.
Él respiró profundo y se imaginó las estrellas, de esa forma en pocos segundos mil imágenes pasaron por su cabeza.
Una nueva vida en ese instante nacería, se visualizó con corbata y zapatos negros, por tanto, con valor el cambio asumiría.
Se acercó a la caja y la tomó en sus manos, en ese momento solo agradecimiento salía de sus labios, dado que llenar de orgullo a sus padres era su tarea, pensaba el joven nadando contra la marea.
Al abrir la caja, mucho amor brotó de su corazón, pues en ella se encontraban un par de botas rojas, que deslumbraban con por color.
L. J. Rodríguez