Sus pupilas
Con una fuerza descomunal me voy perdiendo en la imagen de sus pupilas, se dilataron transformándose en dos agujeros negros masivos que no me permiten escapar. Esos agujeros negros distorsionan el sonido a mi alrededor, absorben la luz, eliminan el aire y la humedad del ambiente desaparece. El pasillo en el que me encontraba segundos antes se esfuma, siento una centrifugadora en donde antes se encontraban mis entrañas y mis piernas flaquean obligándome a ponerme de cuclillas para no caer. Intento asimilar la escena desde el momento justo en el que dejaba de ser ella; me miró a mí, pidiendo el auxilio que sus palabras denegaron. Vi como el néctar de sus venas brotaba por su boca y su forma esquelética eclipsaba el recinto; me preguntaba, si sería capaz de presionar su pecho para ayudarla a regresar. Su costillar, eran las teclas de un piano que entonaba la melodía de su vida, cada nota era un recuerdo de las veces que amó y de las veces que fue feliz, pero también de cuando se dejó invadir por la tristeza y, por tanto, de la vez que me miró con miedo, antes de que se expandieran sus pupilas.
Siento como una mano cálida se posa sobre las mías y me saca del trance en el que me encuentro. Me siento diferente al ser que hace unos minutos bajo una alta dosis de epinefrina intentaba devolverle la vida que le pertenecía. Me empeño en buscar el consuelo en la objetividad de lo inevitable, pues la esperanza te impone ignorar la posibilidad, de que la ruleta rusa del destino te elija a ti, precisamente para estar allí.
En pocos instantes vuelven las imágenes de sus pupilas, pero antes de ser nuevamente atraída, una multitud de luces rojas me rescatan. Las luces rojas son todas las almas que me esperan, que han puesto sobre mis manos su confianza, con la esperanza de no convertirse en agujeros negros.