Mi matrimonio 1
¡Oh, Dios!, aquí estoy de nuevo ante ti, arrodillada, suplicando por una nueva señal. Siento que mis lágrimas están a punto de agotarse y mis gritos ya no son tan fuertes, a veces me falta el aliento y las ganas de levantarme por la mañana. Sé, que esto no debería ser así, no debería sentirme de la forma en que me siento, pues desde siempre supe cuál sería mi futuro. Aquel futuro me lo he imaginado muchas veces y juro que me alegro al pensarlo, juro que quisiera seguir tus planes y nunca he intentado ofenderte. Tener una familia numerosa, junto a un buen esposo, sería una bendición, pero ¿Por qué estoy tan triste? Si con esto ya he soñado, ¿por qué me siento como si estuviera al borde de un acantilado?
Mi viaje a Dinamarca era por simple curiosidad y tú lo sabes, como también sabes que mis intensiones siempre fueron buenas, ayudar a mi familia era mi principal objetivo. De repente mi estadía se fue alargando y no sé en qué momento pasaron 6 años; aguardando, esperando tu señal y ahora que creo que ha llegado, no estoy del todo satisfecha, por eso, hoy te ruego por una nueva señal. He sido buena, culminé mis estudios, mi trabajo es estable y mi calidad de vida es aceptable; pensé que estar económicamente para mi familia, era una prórroga para mi regreso, pero ahora, que ha aparecido un candidato potencial, llegó el tiempo de la prisa, me están presionando por regresar a mi país y dejar que me despose.
Te he gritado en mis súplicas, he llorado mares, te he rogado para que me ayudes a entender mi situación, pero intuyo que ya estarás sordo de todos los gritos que escuchas a diario de tantas mujeres como yo. No entiendo la razón por la que me siento así, si siempre supe, que algún día tenía que regresar para llenar el deseo más profundo de mis padres, han soñado con mi matrimonio desde el primer día que me tuvieron en sus brazos. ¿Por qué soy tan egoísta, como para quitarles aquel deseo? Sí tienen el pecho inflado de orgullo por tener una hija mujer y casarla algún día con la mejor opción del vecindario.
Mi compromiso moral es más grande que cualquier cosa que poseo, haré lo que esté en mis manos para hacer feliz a mi familia, renunciaría a todo, menos a ellos. En la vida podría estar sin cualquier cosa, menos sin mi familia, es lo que me has dado y habré de honrarlo, a pesar de lo que lleguen a ser.
Dudé, si sería lo correcto tomar las riendas de mi vida y desde una forma objetiva conseguir una pareja por mi cuenta, pero llegué a la conclusión de que las expectativas de mis padres deben de ser las mías también, por lo cual, ningún hombre hasta el momento ha llenado la lista con éxito. A decir verdad, no podría haber una lista muy larga, en todo este tiempo no me he tomado la tarea de conocer a nadie, cuando mis amigas me hablan de algún candidato, siempre saco a relucir nuestras posibles incompatibilidades. La nacionalidad, la religión, si tiene un grano en la frente o poco pelo, lo que sea, con tal de no enfrentarme a ello.
Siempre he pensado, que la mejor opción es que mis padres elijan a alguien para mí, de esta forma seguramente me despojaré de cualquier responsabilidad si no llegase a ser un buen hombre. Tú que todo lo ves, sabes que estoy dispuesta si lo eligen ellos, pero me duele el alma, porque no puedo con mi dualidad, ella, en este momento, es mi mejor amiga y consejera. Unos días me levanto aceptando mi situación y alegrándome por ello ¡Al fin un candidato! Otros días no entiendo mi desgracia y me desvanezco. Pero tengo que continuar, quedarme soltera no es una opción y dejar de vivir tampoco.
Confió en que les guíes al momento de elegir un esposo para mí, así como ayudaste a mis abuelos a acordar el matrimonio de mis padres, solo bastó con una cita antes de dar el sí para toda la vida ¿Por qué habría de ser diferente conmigo? ¡Oh, Dios! Ayúdales a encontrar un esposo cariñoso, que me respete y me cuide, no me gustaría repetir la historia de ellos.
Me han preparado toda la vida para dar este paso, por eso, no quiero poner en duda tus enseñanzas, sé, lo importante que es el matrimonio en mi comunidad, pero me he dejado embargar por las costumbres de lo que hoy es mi hogar. Conocer a alguien en un café, durante un viaje en el metro o en la fiesta de cumpleaños de una amiga, pero no me atrevo nunca. Siento mucho que el coqueteo se desdibuje, porque no tendrá lugar, si acaso nos veremos una sola vez para estar más seguros y aunque ya sabía que esto pasaría, no sé por qué imaginé que conmigo tal vez sería diferente. No habrá miradas pícaras o alguna carta de amor a escondidas, ni pensar en la tensión sexual de dos desconocidos que se atraen como lo relatan mis amigas, no estoy yo para pensar en eso, me sentiría ridícula y además no quisiera ser castigada por tu parte, por ser lujuriosa. El cortejo ya ha empezado, pero por parte de las futuras consuegras, quienes, acompañadas de una taza de té, se expondrán una a la otra lo mejor de nosotros dos. Será como una especie de subasta, tal vez les ocupe un par de tardes. Se le escuchará a mi madre piropos y cualidades que nunca se ha atrevido a pronunciar en frente mío, pero mi madre es muy inteligente, ella sabe que, entre más atributos me otorgue, mi futura suegra irá subiendo su oferta. Mi madre estará siempre alerta, en el momento que escuche el precio que le ofrecerán, levantará rápidamente la mano y tomará lo que se ha pujado. ¡Vendido(!)
Cuando todo esto culmine, se enterará mi vecino o mi tía lejana antes que yo, solo aguardaré, hasta el momento en que deba entrar en acción. Si mi madre puede alardear de ello sin problema, quiere decir que ha hecho un buen negocio, nuestros allegados y conocidos, también tendrán derecho a opinar si es conveniente o no. Las conversaciones en cada una de las familias no faltarán, pondrán en duda mi precio, mis habilidades en la cocina o si seré capaz de parir hijos, tantos como el futuro esposo y la suegra quieran. Siempre es así, siempre lo he escuchado y conmigo no harán una excepción.
Sus padres aún no han decidido nada, pues en este momento son ellos quienes tienen la última palabra. Mi madre está muy ansiosa, me advierte que no debo echarlo a perder cuando hable con él, ella, por verme casada, me tiraría hacia los mismos leones si hiciera falta. No la he escuchado cuestionarse si es un buen hombre, nunca ha manifestado si tendremos algo en común, tengo fe, de que ella tomará una buena decisión y que su forma de actuar es consecuencia de los nervios por ver a su única hija casada.
No quisiera enterarme de lo que ofertarán por mí, no me gustaría caer en el falso ego de pensar que cuesto tanto, si la suma es alta, tampoco quiero sentirme miserable si, por el contrario, han aceptado poco. Al fin y al cabo, ese pago no será para mí, que sería lo más lógico, puesto que soy yo, la que vende el cuerpo, el alma y los derechos como mujer. Muchas veces imagino, las veces que tendré que abrir mis piernas sin protestar y prefiero bloquearlo de mi mente. Con aquel pago tendré la oportunidad de convencer a las respectivas familias y a nuestros vecinos de que soy tan buena como se lo esperaron. Destinaré el dinero para comprar la cubertería de nuestro hogar, tendré mucho cuidado con lo que elija, ya que todo será mirado al detalle cuando tenga que invitarlos a comer o a tomar el té.
Pero antes de pensar en nuestro hogar o los nombres de los futuros hijos, llegará el compromiso, ese día luciré nuestro traje nacional, entre más opulento, mejor, pues seré casi como otro símbolo patrio más. Mi suegra me entregará unos pendientes de oro, los que me marcarán de por vida, algo así como un cerdo antes de ir al matadero (!) Nuestro compromiso tiene que ser por lo alto, pues si llegara a ser una mala fiesta, nuestros invitados repetirán por años a sus familiares y amigos lo pobre que habrá sido aquello.
L. J. Rodríguez